Soy Álvaro Yuste, grafista.

Álvaro Yuste
8 min readJun 16, 2020

Soy grafista. He sacado de mi web el título para mi primer post en Medium porque la definición de grafista es la que más se adapta a lo que soy profesionalmente. Según la RAE un grafista es una “Persona que se dedica profesionalmente al diseño gráfico” y de cierta manera me gusta reivindicar esta palabra tan nuestra frente a las de diseñador gráfico.

Y grafista así, en neutro. Cuando llaman modisto a Lorenzo Caprile suele rectificar a la persona que se lo dice. “Si el periodista no es ‘periodisto’, ¿por qué tengo que ser yo modisto?”, responde con razón. Por ello el término grafista me gusta; siendo una palabra que suena rancia puede valer para cualquier género.

Grafistas se hacían llamar Manolo Prieto o Emilio Gil, (pioneros españoles del diseño gráfico), quienes tocaban todos los palos de la comunicación gráfica del momento que les tocó vivir: empaquetados (en adelante packaging), carteles, anuncios, ilustraciones, logotipos, marcas (en adelante branding), tipografías… A medida que avanzaba mi carrera profesional he ido tocando todos estos palos y como persona del siglo XXI entré de lleno en el diseño de interfaz. Estoy seguro de que si Manolo Prieto hubiera nacido a finales del siglo XX ahora mismo estaría usando Sketch.

Como tengo la intención de seguir escribiendo artículos en Medium sobre Diseño, veo justo hacer una primera publicación-turra sobre lo que soy y de dónde vengo a lo Ortega y Gasset, así que ahí va la chapa.

Nací en 1988; mi madre era maestra y mi padre trabajaba en el ayuntamiento de mi pueblo gestionando el cementerio y el servicio militar. De pequeño dibujaba y jugaba con Legos (como la mayoría de los niños), solo que yo continué haciéndolo a todas horas. Esto me lleva a pensar que sistematizar (por los Legos) y proyectar tienen que ver con mi desarrollo de la inteligencia creativa. El primer contacto que recuerdo con el mundo gráfico fue maquetar fanzines pegando recortes de revistas sobre folios y escribiendo los textos a máquina de escribir. Hacía imposiciones de páginas que mi padre fotocopiaba y grapaba en el trabajo. También tuve varios programas de radio en la emisora municipal. En el colegio siempre dibujaba mientras escuchaba a los profesores. Mi madre tuvo que oír alguna que otra vez en alguna charla con mis profesores que me pasaba la clase pintando mierdas, pero no afectaba a mi rendimiento escolar así que nunca le dio más importancia y acabó siendo un chascarrillo que cuenta cuando le preguntan que si sigo dibujando.

En la ESO tenía que elegir por cuál rama quería tirar. Me enteré de que en Alcorcón podría hacer el Bachillerato de Artes pero a mis padres no les hacía mucha gracia que tuviera que desplazarme diariamente, así que finalmente tuve que tirar por Humanidades en mi mismo instituto. Seguía dibujando en clase y hasta me hacía chuletas con el ordenador que metía en los diccionarios de griego y latín con una tipografía similar, el mismo interlineado y el mismo tipo de papel de manera que si el profesor lo revisaba, no se daría cuenta del añadido.

Tenía claro que no quería hacer Bellas Artes. En el fondo siempre supe que no me atraía el arte por el arte sino la creatividad aplicada a algo. En mi pueblo conocí a Manuel por una exposición de ilustraciones que hizo en una tetería. Él me contó que había estudiado en la Escuela de Arte Número Diez de Madrid y automáticamente estudiar allí se convirtió en mi prioridad. Para prepararme para la prueba de acceso a la escuela de arte iba a la iglesia por las tardes a dibujar estatuas del natural ya que no podía ir a una academia. Finalmente suspendí la prueba y tuve que matricularme a Historia del Arte en la Complutense para no perder un curso.

Estuve un año muy metido en esa movida. Me hice muy friki de la Alta Edad Media, tanto que se convertiría en una influencia muy importante en mi manera de ilustrar. Al año siguiente me presenté de nuevo a la prueba de acceso a ilustración en la escuela de arte sin tener nada que perder porque estaba aprobando sin problemas la carrera y finalmente pasé la prueba. Quizás tener algo asegurado fue la clave del éxito. Me quedé sin saber muy bien qué hacer cuando vi la nota que saqué. Incluso pensé en seguir con Historia del Arte, pero mi madre — con muy buen criterio — me llamó para decirme que era imbécil y que fuera a matricularme a Ilustración ya.

La película iba encajando. Aprendí en la escuela de arte que la ilustración estaba atada a un fin y el arte no necesariamente. Pasar por allí supuso un proceso de desaprendizaje de todas las mierdas y vicios gráficos que traía de casa. Allí también nos impartieron conocimientos básicos de diseño gráfico que me permitieron comenzar a hacer proyectos remunerados. El mayor logro que conseguí en la escuela fue que me seleccionaran un trabajo para la Bologna’s International Children Bookfair en 2011.

Mientras estudiaba en la Escuela hacía broches ilustrados para ganarme unos dineros — acababa de emanciparme para vivir en Madrid y era más pobre que una rata — y los vendía en las tiendas del triángulo de Ballesta bajo la marca Ilusteö. Así comenzó un nombre simple (Ilus- de Ilustración y -teö, el pseudónimo con el que firmaba todo) que me acompañaría toda mi carrera profesional. Hice unas prácticas como ilustrador en el diario El Mundo, en el que sigo colaborando esporádicamente en la actualidad como Teö. Una vez terminé Ilustración empecé a trabajar de freelance desde casa como ilustrador y diseñador gráfico (o grafista).

Con el cambio al Plan Bolonia, a las escuelas de arte se les permite impartir grados universitarios así que empecé a estudiar el grado en Diseño Gráfico en la Escuela Superior de Diseño de Madrid. Allí participé en un proyecto para rescatar rótulos antiguos de Madrid creando tipografías display a partir de las pocas letras que quedaban a la vista, y esto me enganchó para aprender a construir tipografías. Me obsesioné con los rótulos hasta tal punto que empecé a ir por la calle fotografiando todos los letreros que veía para crear sus alfabetos digitales. De este trabajo de campo surgió en 2012 uno de mis proyectos personales inacabados, la Cibelina, que es una tipografía a partir de los azulejos del centro de Madrid que dan nombre a las calles.

Con el tipógrafo holandés Martin Majoor que me guió en el inicio de la Cibelina.

Estudiaba mientras trabajaba en Baud, una (por aquél entonces) joven agencia de branding y packaging. Estuve varios meses compatibilizando ambas cosas pero me resultaba imposible seguir el ritmo. Me vi en la tesitura de seguir exclusivamente con el grado o trabajar a tiempo completo en Baud. Aprender las leyes de la Gestalt en la escuela de arte está muy bien pero tampoco veía que se enseñaran otras muchas áreas de conocimiento que estaba tocando día a día en la agencia. Finalmente decidí seguir aprendiendo la profesión trabajando en ella.

La decisión estuvo muy influenciada por una charla que impartió Javier Cuevas (y que tuve el honor de hacer el cartel) que se titulaba «Educación: the next big thing». Trataba, entre otras cosas, de la autoformación frente a la incompetencia de los organismos de enseñanza para impartir contenidos actuales, útiles y de calidad. Javier y yo hablábamos mucho del negocio actual de la formación y veíamos venir la avalancha de masters y bootcamps inútiles que solo sirven para engordar el curriculum de los que los imparten y juegan con la desesperación de las personas por conseguir un empleo con la promesa de que saldrán colocados tras obtener el título. Con este horizonte, tiré campo a través y la autoformación se convirtió en una de los mantras de mi vida.

En Baud aprendí muchísimo de packaging y branding. Algunos de los proyectos en los que participé fueron premiados internacionalmente en los Transform Awards y en los Pentawards. Aprendí algo de diseño de interfaz pero a un nivel rudimentario ya que en esos momentos no era nuestro área de expertise.

Necesitaba dar el siguiente paso. Buscaba un sitio en el que aprender UX y UI y de casualidad di con The Cocktail que me resultó idóneo para pasar una temporada, aprender y conocer a muchísimas personas con las que hoy en día aún guardo una relación muy cercana. Allí pasé 2 años que son 7 de la vida real. En The Cocktail todo es muy intenso y gracias a eso mi expansión profesional despegó. Aprendí a relativizar los problemas, a distribuir el tiempo de trabajo de manera eficiente, a decir a los clientes «no lo sé pero investigo sobre ello y te informo», a gestionar expectativas y sobre todo, a saber como funciona la consultoría con las principales empresas del país. Era otro modo de trabajo diferente al que estaba acostumbrado y son cosas que no hubiera aprendido nunca si nunca hubiera salido del tiesto.

Este tipo de empresas funcionan bajo la meritocracia y esto no es para mí. No tengo nada en contra, pero mi crecimiento profesional lo entendía más por el lado de solucionar problemas de manera eficiente, en vez de la visibilidad dentro de la empresa.

Por eso entré en Neboola, un estudio que creaba start-ups y las hacía despegar. Antes de que entrara allí habían creado Loopas; una marca de lentillas B2C. Estaban buscando una persona que liderara el área de diseño de producto y que tuviera experiencia en packaging, branding y web de manera profesional. Ese era mi nicho, así que me tiré a la piscina de cabeza. No sabía nada de ellos pero lo que me contaron me gustó. Actualmente acabamos de lanzar REVEL que es una plataforma de coches por suscripción mensual y que he diseñado de forma íntegra. Esto es lo que me hace feliz; aplicar todos mis conocimientos a un mismo proyecto y ver cómo crece y toma una entidad propia.

¿Dónde me veo dentro de 10 años? Pues plantando patatas y teletrabajando desde algún pueblo, por este orden de importancia. Tengo la espina clavada de dedicarme a la ilustración al 100% pero tuve que tomar otra decisión entre trabajo aspiracional y trabajo alimenticio así que si me dedicara a la ilustración sería doblemente feliz.

Si saco alguna lección del confinamiento es que se puede trabajar perfectamente desde casa por lo que vivir en la misma ciudad donde se encuentra tu empresa ya no es una prioridad en mi vida.

Ser un gurú del diseño no es para mí, y si este post pudiera parecer eso, para nada es mi intención. Tampoco quiero parecer un filántropo, pero me hubiera gustado leer algún post así cuando empezaba a estudiar para no sentirme tan perdido. Recalcular el rumbo de mi carrera ha sido una constante que no me enseñaron en ningún lado y ha estado plagado de ensayos y errores.

Me gusta entender el ser grafista como una profesión con alma de oficio en la que es muy necesaria una fase de aprendizaje en la compañía de otras personas. Yo lo llamo «pasar la mili» y al final me he dado cuenta de que es muy necesaria.

Si necesitas alguna orientación, escríbeme en @ilusteo.

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